06/03/2021PIGAFETTA, 06-03-1521

A las casi setenta leguas de esta bitácora, en los 12 grados de latitud y los de longitud, el miércoles 6 de marzo descubrimos un islote al mistral y hacia el garbino, dos. De estas últimas, una era más alta y espaciosa. Quería atracar en ella el capitán general, por busca de algún alimento fresco; pero no pudo, porque los naturales de dicha isla deslizábanse en nuestras naos y robaban aquí una cosa, otra allá..., de forma que no la había para tenerlas seguras. Estábamos arriando velas para bajar a tierra, cuando -con insólita rapidez- nos robaron el esquife amarrado a la popa de la nave capitana. Furioso por dicha fechoría, bajó a tierra el capitán general con cuarenta ballesteros; incendiaron cuarenta o cincuenta casas y muchas canoas, mataron a siete hombres y se recuperó el esquife. Antes de nuestro desembarco, nos rogaba más de uno de los enfermos que, si matábamos a hombre o a mujer, les trajéramos sus intestinos, comiendo los cuales pronto sanarían. Cuando a ballestazos traspasábamos completamente a alguno de aquellos indios por los ijares, tiraban de la flecha, bien en un sentido, bien en otro, mirándola; conseguían extraerla finalmente, maravillándose mucho y morían así. Y aquellos a quienes herían en el pecho obraban igual. Nos despertaron verdadera compasión. A poco, viéndonos partir, escoltáronnos con más de cien embarcaciones una legua. Arrimábanse a las naos mostrándonos peces en simulación de querérnoslos dar; pero lo que pretendían era apedrearnos, huyendo después. A pesar de navegar nosotros a toda vela, metían sus canoas habilidosísimamente, entre las carabelas y nuestras remolcadas lanchas. Notamos a alguna mujer entre ellos gritando y mesándose la cabellera. Supongo que por amor a sus muertos.

Cada uno de ellos vive según su voluntad; no existe quien les mande. Van desnudos, alguno con barba; les cuelgan los negros cabellos hasta la cintura, aunque enlazados. Tócanse con sombrerillos de palma como los albaneses. Tienen nuestra estatura y son proporcionados. No adoran a ningún dios. Su tez es olivácea aunque nazcan blancos y se tiñen los dientes de rojo y de negro, reputándolo cosa bellísima. Las mujeres andan igualmente desnudas, si no es que se cubren el sexo con una estrecha membrana de papel, que arrancan de entre el tronco y la corteza de las palmeras; son bellas, delicadas y más blancas que los hombres, con los cabellos sueltos y largos, negrísimos, hasta los pies. Estas no trabajan, sino que permanecen en sus hogares tejiendo esteras o confeccionan cajas y otros objetos útiles. Comen cocos, batatas, pájaros, higos -de a palmo-, caña de azúcar, peces voladores y más cosas. Úntanse el cuerpo y la cabellera con  aceite de coco y de ajonjolí; sus casas son de troncos enteramente y techadas de tablas y hojas de higuera: más de dos brazas de altura, con pavimento y ventanas. En las habitaciones y lechos abundan las bellísimas esteras de palma. Duermen sobre paja, muy desmenuzada y tierna. No disponen de armas, aparte una especie de jabalina con la punta de hueso de pescado, afilada.

Esa gente es pobre, pero es ingeniosa y ladrona por demás: que así llaman a estas tres "islas de los Ladrones". Su diversión es navegar -la esposa a bordo- sobre sus ágiles lanchas. Vienen a ser éstas como góndolas, más afiladas aún; unas negras; otras blancas, rojas... Al otro bordo que la vela, un tronco grueso, afilado en lo alto, se empalma con travesaños a la separada embarcación: así se sostienen más seguros sobre el agua. La vela es de hojas de palma, cosidas para formar una al modo que la latina. Por timón usan una especie de pala como de horno, cuya asa cruza un barrote. Hacen de la popa proa y de la proa popa y en el agua saltan de ola en ola como delfines. Por lo poco en que les vimos actuar, estos ladrones pensaban ser, sin duda, los únicos habitantes del planeta.