06/06/2020PIGAFETTA, 06-06-1520

Fue visto, a los seis días, un gigante, pintado y vestido de igual suerte, por algunos que hacían leña. Empuñaba arco y flechas. Acercándose a los nuestros, primero se tocaba la cabeza, el rostro y el tronco; después hacía lo mismo con los de ellos, y, por fin, elevaba al cuello la mano. Cuando el capitán general lo supo, mandó un esquife para que se apoderasen de él y que lo retuvieran en aquella isla del puerto, donde habíanse construido ya una casa para los herreros y para almacén de los barcos. Éste era más alto aún y mejor construido que los demás, y tan tratable y simpático. Frecuentemente bailaba, y, al hacerlo, más de una vez hundía los pies en tierra hasta un palmo. Permaneció entre nosotros muchos días; tantos, que lo bautizamos, llamándole Juan. Pronunciaba tan claro como nosotros, sino que con resonantísima voz, "Jesús", "Padre nuestro", "Ave María" y "Juan". Después, el capitán general le dio una camisa, un jubón de paño, calzas de paño, una barretina, un espejo, un peine, campanillas y otras cosas, despidiéndolo. Fuese muy contento y feliz. Al día siguiente, trajo uno de aquellos animales grandes al capitán general, por el que le dieron muchas cosas a fin de que trajese más. Pero nunca volvió. Pensamos si lo habrían muerto por haber conversado con nosotros.