El martes, todos, en camisa y descalzos, fuimos -sosteniendo cada uno su antorcha- a visitar el lugar de Santa María de la Victoria y de Santa María de la Antigua.
Partiendo de Sevilla, pasé a Valladolid, donde presenté a la sacra Majestad de Don Carlos no oro ni plata, sino cosas para obtener mucho aprecio de tamaño señor. Entre las otras, le di un libro, escrito por mi mano, con todas las cosas pasadas, día a día, en nuestro viaje. Fuime de allá lo mejor que pude, pasando a Portugal por explicar al rey Don Juan cuanto viera. Regresando por España, vine a Francia; e hice don de algunas cosas del otro hemisferio a la madre del cristianísimo Don Francisco, madama la regente. Al cabo, regresé a esta Italia, donde me di a mí mismo -así como éstas mis pocas fatigas- al Ínclito e Ilustrísimo Señor Felipe Villers Lisleadam, dignísimo Gran Maestre de Rodas.