Llegado el día, y mientras preparaban qué comer, recorrí aquellas tierras. Abundaba por las chozas más el oro que los alimentos. Almorzamos arroz y pescado, nuevamente. Tras ello, indiqué al rey por ademanes que deseaba saludar a la reina; respondió que lo agradecía. Subimos juntos hasta lo alto de un monte, donde se encontraba la habitación de la reina. Al entrar, me incliné en una profunda reverencia, y ella -por mí- lo mismo. Senteme a su lado: entreteníase en la confección de una estera de palma, de las para dormir. Abundaban en el interior de la vivienda las vasijas de porcelana, más cuatro láminas de metal, una mayor que todas y dos muy reducidas, de aquellas que se golpean. Vi alrededor también a muchas esclavas y esclavos de su servicio. Las casas de aquí eran por el estilo de las descritas páginas atrás. Obtenida la licencia, regresamos a la del rey. Me obsequió él entonces con una colación de caña de azúcar. Lo que en esta isla abunda más es el oro; me enseñaron ciertas vallas, en cuyo terreno, acotado, notificáronme que abundaba tanto aquel como el pelo en sus cabezas. Pero no disponían de hierros para cavar, ni acaso les interesaba, por desidia.
A primera hora de la tarde, quise volver a la nao, y acompañome el rey, con sus nobles, por lo que el mismo balangai nos devolvió. Desandando el río, vi en la orilla derecha a tres hombres, clavados a un árbol al que faltaban las ramas enteramente. Pregunté al rey quiénes eran, y díjome que malhechores y ladrones. Andan estos pueblos tan desnudos como los de antes. El rey se llama rajá Calanao. El puerto es bueno, y por aquí se encuentra arroz, jengibre, cerdos, cabras, gallinas y otras cosas. Está en los ocho grados de latitud del Polo Ártico, y en los 167 de longitud de la línea de partición; a cinco leguas de Zubu, y por nombre, Chipit. A dos días de cuya isla, en dirección mistral, encuéntrase otra muy grande llamada Lozon, en la que cada año tocan de seis a ocho "juncos" de los pueblos lequíes.
Saliendo de aquí entre el poniente y el garbino, dimos sobre una isla muy grande y casi deshabitada. Sus gentes son moras, y eran bandidos de otra isla llamada Burne. Van desnudos como los otros, y disponen de cerbatanas, con carcajes al lado llenos de flechas envenenadas; así como de puñales, en cuyos mangos adornos de oro y piedras preciosas. Y lanzas, rodelas y petos de asta de búfalo. Nos llamaban "cuerpos santos". En esa isla hay pocos alimentos, pero sí árboles enormes. Está en los 7 1/2 grados de latitud del Polo Ártico, a cuarenta leguas de Chipit, y la nombran Caghaian.
Veinticinco leguas más al poniente-mistral, avistamos nuevos países y amplios, donde abundan el arroz, el jengibre, los cerdos, cabras, gallinas, higos (largos como medio brazo y como medio brazo gordos). Son excelentes, pero algunos, de a palmo y pico, superan a todos los demás. Hay también cocos, patatas, caña de azúcar, raíces que saben igual que nabos, y arroz cocinado bajo fuego, entre cañas o maderas. Podría a ésta designársela como la tierra de promisión, porque antes de verla padecimos hambre indecible. Más de una vez estuvimos a punto de abandonar las naves bogando hacia tierra, por no morir de necesidad. Concertó el rey paces con nosotros, dándose con uno de nuestros cuchillos un pequeño corte en el pecho, y manchándose con la sangre lengua y frente, en signo de paz muy verdadera; imitámosle nosotros. Esta isla ocupa los 9 1/3 grados de latitud en el Polo Ártico y los 171 1/3 de longitud desde la línea de partición. Se llama Pulaoan. Estos pueblos de Pulaoan van desnudos como los otros. En general, trabajan sus campos, tienen cerbatanas con flechas de madera más de un palmo de anchas, dándoles la forma de arpón con espina de pescado y con caña otras veces, pero sin olvidar nunca su veneno. En lugar de plumas, ostentan ramaje tierno sobre la cabeza. Y a la base de sus cerbatanas se adapta un janetón, con el que combaten en el momento en que se les terminan las flechas.
Les encantan los anillos, las cadenas de latón, campanillas, cuchillos, y más aún los hilos tejidos para atar sus anzuelos de pesca. Poseen gallos grandes, domésticos, que no comen por una veneración muy particular: aunque suelan hacerlos reñir entre sí. Y cada uno apuesta por su gallo, que, si se da el caso de que venza, el premio es para él. Beben vino de arroz, destilado, más abundante y mejor que el de palma.