El martes 12 de noviembre, mandó el rey que, en un día, construyeran una casa en la ciudad, para almacén de nuestro tráfico. Llevamos allá lo que nos quedaba, casi enteramente, dejando en vigilancia tres hombres; y bien pronto, en esta forma, se inició el intercambio. Así, por diez brazas de paño rojo de cierta calidad, entregábannos un bahar de clavo, o sea, cuatro quintales y seis libras (un quintal equivale a cien libras); por quince brazas de paño no demasiado bueno, un bahar; por quince hachas pequeñas, un bahar; por treinta y cinco vasos de vidrio, un bahar (el rey los compró todos); por diecisiete mesuras de cinabrio, un bahar; por diecisiete de plata viva, un bahar; por veinticinco brazas de tela de poco cuerpo, un bahar; por ciento cincuenta cuchillos, un bahar; por cincuenta tijeras, un bahar; por cuarenta barretinas, un bahar; por diez pañuelos de Guzerati, un bahar; por tres de aquellos agones suyos, un bahar; por un quintal de metal, un bahar. Todos nuestros espejos se habían roto, y los pocos buenos los quiso el rey. Muchas de tales cosas procedían de los juncos que habíamos saqueado. La prisa por volver a España nos impelía a rematar nuestras reservas a mejor precio del que nos propusiéramos hasta entonces. Atracaban cada día a nuestro costado tantas embarcaciones llenas de cabras, gallinas, higos, cocos y otros artículos para comer, que era una maravilla. Nos abastecimos de agua potable; un agua que mana caliente, pero que, si se la deja una hora en reposo, es hielo puro. Y eso es porque nace en el monte del clavo; al revés de como se afirma en España, de que en Maluco haya que importar el agua desde muy lejos.
12/11/2021PIGAFETTA, 12-11-1521