La isla de Giailolo es de tal dimensión, que un prao tarda cuatro meses en circunvalarla. El domingo por la mañana volvió ese mismo rey a nuestras naves; quería ver de qué manera combatíamos y cómo disparábamos las bombardas, todo lo cual le produjo inmenso placer. Inmediatamente, se marchó. Como acabo de advertir, en su juventud había sido un guerrero famoso.
Bajé en tal día a tierra para ver el clavo en planta viva. El tronco es alto y grueso, poco más o menos como un hombre; las ramas espárcense horizontalmente, por lo común; sólo las más altas suben hasta formar en la cima una especie de cono. Sus hojas recuerdan mucho las del laurel; la corteza es olivácea. El clavo crece sobre las ramitas más tiernas, manojos de diez o veinte juntos. Esos troncos producen casi siempre más de un lado que del otro, según el tiempo. Al nacer, el clavo es blanco; al madurar, rojo; al secarse, negro. Coléctase dos veces al año: una por la Natividad de nuestro Redentor, otra en la de San Juan Bautista. Por ser las dos épocas en que templa aquí el aire más, sobre todo en la de nuestro Redentor. Cuando la añada es calurosa y de pocas lluvias, recógense trescientos o cuatrocientos bahar en cada una de estas islas. Crecen solamente sobre el monte y si algunos de estos árboles se planta en el llano, aún siendo cerca del monte, no vive. Su hoja, la corteza y el tronco verde son igual de sólidos que el propio clavo. De no recogerse al estar maduro, tórnase tan grande y recio que para nada vale, si no es su corteza. No produce el mundo otras plantas de clavo que las de los cinco montes de estas cinco islas. Se encuentra excepcionalmente en la de Giailolo, y en un islote entre Tadore y Mutir, que llaman Mate, pero que no es de buen sabor. Veíamos descender cada mañana aquella niebla que, circundando primero uno, después otro, de los montes, hace que el clavo llegue a ser perfecto. Cada uno de estos pueblos posee estos árboles, y cada uno custodia los suyos, aunque sin cultivarlos.
Hállanse en esta isla también árboles de nuez moscada. Su tronco es como el de nuestros nogales, y con hoja similar. La nuez, al ser desprendida, parece un melocotón pequeño, con aquella pelusa y el mismo color. Su primera envoltura es del tamaño de la cápsula verde de nuestra nuez; debajo, sale una membrana sutilísima, bajo la cual ya el macis, muy encarnado, agítase en torno a la cáscara de la nuez, tras la que, por fin, damos con la nuez moscada.
Las casas de estos pueblos están construidas como las que ya dijimos, pero no tan elevadas de la tierra, y las circunda una especie de empalizada de cañas.
Las mujeres de aquí son feas, y van tan desnudas como las anteriores, con sus taparrabos de tejido arbóreo. Tejido que logran así: ponen en remojo una corteza de árbol, hasta que se reblandece; después, lo golpean con palos hasta dejarlo tan largo y ancho como les apetece. Y es como una especie de seda cruda, con ciertos filamentos en el interior que hacen que parezca tejido. Comen pan de madera de un tronco parecido a la palma, cuya elaboración es ésta: toman un pedazo de este tronco, humedecido ya, y le extraen ciertas largas espinas negruzcas, machacándolo inmediatamente, y ya está el pan a punto. Casi sólo lo consumen al navegar, y lo llaman sagu. Los hombres van desnudos (¿a qué repetirlo?); pero son tan celosos de sus mujeres, que no querían que bajásemos a tierra con las braguetas abiertas, de forma que sus mujeres imaginaran que nos encontrábamos siempre a punto.