18/03/2021PIGAFETTA, 18-03-1521

El lunes 18 de marzo, vimos después del almuerzo, cómo se nos acercaba un pequeño batel con nueve hombres; ante lo que el capitán general ordenó que nadie se moviese, ni pronunciara palabra alguna sin su autorización. Apenas atracaron aquellos, su jefe aproximose al capitán general, al parecer satisfecho de nuestra venida. Cinco de los más empeñados permanecieron con nosotros; el resto desapareció en busca de sus camaradas, entregados por allí a la pesca. Con lo que finalmente, los vimos a todos.

Apreciando el capitán general que éstos eran hombres razonables, hizo que se les diera comida, así como barretinas encarnadas, espejos, peines, campanillas, marfil, tela y otras cosas. Ante la cortesía del capitán, correspondieron con peces, un jarro de vino de palma (que llaman vraca), higos de más de un palmo y otros pequeños -y de mejor sabor- y dos cocos. Era de lo que disponían entonces; pero, con hartos gestos, nos hicieron entender que a los cuatro días traerían umay (arroz), cocos y otras vituallas. Los cocos son fruto de las palmeras. Mientras nosotros tenemos el pan, el vino, el aceite y el vinagre, este pueblo lo tiene todo en el árbol antedicho. El vino lo extraen con la industria siguiente: perforan el árbol en su parte más alta y tierna, llamada "palmito", la cual destila un licor como el mosto, blanco, dulce, pero un poco agrio también. Con él se llenan unas cañas tanto o más gordas que una pierna, que dejan atadas al tronco por la mañana -para beber de noche- y por la noche -para beber por la mañana-. Da también la palmera el ya mencionado fruto del coco. Es éste, más o menos grande como una cabeza humana. Su corteza más exterior es verde, dos dedos gruesa y la constituyen en parte unos filamentos con los que los nativos tejen las cuerdas para sus barcas. Bajo esa costra hay una segunda, dura y considerablemente mayor que la de la mayor nuez. Esta suelen quemarla y aprovechan sus cenizas para su pintura. Debajo, por fin, viene una pulpa endurecida blanca, de un dedo de espesor, que comen fresca con la carne del pescado, como el pan nosotros y que al paladar le recuerda la almendra. Secándola se amasaría pan. Dentro de esa pulpa encuéntrase una agua clara, dulce y refrescantísima; agua que cuando se deja posar, se congela y termina como una manzana. Cuando les interesa disponer de aceite, dejan que se pudran pulpa y agua, las hierven después y sale un aceite como de mantequilla. Puede hacerse leche aún, que eso hacíamos nosotros. Rallábamos la pulpa, la mezclábamos con agua después, bien colada y estrujada a través de un paño y era como leche de cabra. Son estas palmeras como las de los dátiles, pero no tan nudosas; más bien lisas. Una familia de diez personas se mantendría con dos de ellas, aunque a base de extraer el vino ocho días de una y los ocho siguientes de la otra; pues perforándolas sin reposo terminarían por secarse. Cien años duran.

Gran familiaridad adquirieron con nosotros estos pueblos. Nos dijeron cómo denominaban muchas cosas y el nombre de cuantas islas divisábanse desde allá. La de ellos se llamaba Zuluán y no era demasiado extensa. Nos satisfizo mucho su trato, porque eran asaz agradables y conversadores. El capitán general, para rendirles más honor, los condujo a su nave, mostrándoles toda su mercancía: clavo, canela, pimienta, nuez moscada, macia, oro, más cuanto encerraba el casco. Disparó incluso alguna bombarda; con lo que ellos, aterrorizados, pretendieron saltar por la borda. Hacían signos de advertir que aquellas muestras que llevábamos decían producirse en las tierras hacia las que se orientaba nuestra navegación. Antes de marcharse pidieron licencia para ello con mucha educación y donosura y tras repetir que iban a volver, según su promesa. El islote que ocupábamos era Humunu; aunque nosotros, por haber encontrado allí dos fuentes de agua clarísima, le pusimos "Agua de las buenas señales". Lo último referíase a los primeros rastros de oro, patentes también. No dejan de encontrarse, para ser breve, gran cantidad de coral blanco, así como árboles enormes; éstos dan un fruto algo menos que la almendra, como los piñones. Y hay muchas palmeras, aunque bastante estériles. Las islas parecen multiplicarse allí; así que también bautizamos el archipiélago: "San Lázaro", por descubrirlo en su domingo.

Está en los 10 grados de latitud del Polo Ártico y a 161 de longitud desde el punto de partida.