El sábado 21 de diciembre, Santo Tomás, subió a nuestra nave el rey, consignándonos los dos pilotos que habíamos pagado para que nos condujeran hasta el final de estas islas. Y díjonos ser entonces tiempo propio para partir. Pero por aguardar las cartas que escribían para España los que se quedaron, no salimos hasta el mediodía. Llegada la hora, despidiéronse las naos entre sí con salvas a discrección, y parecían quejarse, con aquel su adiós último...
Acompañáronnos un trecho los que se quedaron en sus lanchas y, al fin, tras muchas lágrimas y abrazos, nos fuimos. El gobernador del rey nos acompañaba hasta la isla del Mare. No la bordeábamos aún, que ya cuatro praos cargados de leña se nos unían; en una hora escasa estuvo ésta a bordo y enfilamos sin dudas el rumbo del garbino. Quedose Juan Carvalho con cincuenta de los nuestros; los navegantes éramos cuarenta y siete, más trece indios.
Esa isla de Tadore tiene obispo; había uno a la sazón, con cuarenta mujeres y prole interminable.
En todos estos países de Maluco, hállanse clavo, jengibre, sagu (aquel pan suyo, de la madera), arroz, cabras, gansos, gallinas, cocos, higos, almendras más gordas que las de Europa, manzanas dulces y ácidas, naranjas, limones, patatas, miel -de unas abejas pequeñas como hormigas, que la elaboran en los árboles- caña de azúcar, aceite de coco y de ajonjolí, melones, sandías, calabazas, un fruto refrescante del tamaño de las sandías - que llamaban comulicai- y otro fruto que parece pesca, llamado guana, más otras cosas para comer. Y encuéntranse papagayos de varia especie, entre ellas unos blancos a los que dicen catharas, y otros rojos por completo, que son los noris. Uno de estos rojos cuesta un bahar de clavo, y hablan con más exactitud que los demás. Hará cincuenta años que pueblan Maluco los moros; antes vivían allá unos gentiles que no apreciaban el clavo. Alguno queda aún, pero por los montes sólo, donde el clavo nace, precisamente. La isla de Tadore está en los veintiseis minutos de latitud del Polo Ártico y en los 161 de longitud de la línea de partición; dista de la primera isla del archipiélago, por nombre Zanial, 9 1/2 grados, a la cuarta de mediodía y tramontana, hacia greco y garbino. Terenate está a 2/3 de latitud ártica. Mutir está con exactitud bajo el ecuador. Macian está un cuarto más al Polo Ártico y Bachian un grado encima aún. Tarenate, Tadore, Mutir y Machian son, en realidad, cuatro montes puntiagudos en los que se produce el clavo. Desde cualquiera de estas cuatro islas no se ve Bachian; pero Bachian es mayor que todas, y si su monte de clavos no alcanza tanta altura, sí cubre un espacio mayor.
Continuando nuestro camino, pasamos entre estas islas: Caioan, Laigoma, Sico, Giogi, Caphi (en esta de Caphi nacen homúnculos, como los enanos, los cuales son los pigmeos y están sometidos por la fuerza a nuestro rey de Tadore), Laboan, Toliman, Titameti, Bachian (que se mencionó ya), Latalata, Talobi, Maga y Batutiga. Apartándolas y al poniente de Batutiga, avanzamos entre poniente y garbino, descubriendo en el umbra de la tarde un puñado de islotes empero, los pilotos de Maluco aconsejaron seguir, pues nos desenvolvíamos entre muchos escollos y bancos de arena. Enfilamos el siroco, hasta dar en una isla en los dos grados de latitud del Polo Ártico y a cincuenta leguas de Maluco. Llámase Sulach.
Los de esta isla son gentiles, y nada tienen. Comen carne humana y andan desnudos, así hombres como mujeres, pues solamente con un jirón de corteza arbórea cubren sus compromisos. En muchas de estas tierras comen carne humana; así nombran algunas: Silan, Noselao, Biga, Atulabaon, Leitimor, Tenetum, Gondia, Pailarurun, Manadan y Benaia. Costeamos luego otras dos -Lamatola y Tenetuno- a casi diez leguas de Sulach. Una isla encontramos de ciertas dimensiones, en la que hállanse arroz, cerdos, cabras, gallinas, cocos, caña de azúcar, sagu, un manjar que elaboran con higos (llámanlo chanali) y jácaras, que llaman nanga. Las jácaras se parecen a las sandías, pero con un exterior de nudosidades; dentro, guardan unos frutos rojos, minúsculos como albaricoques y, en lugar de huesos, unas pepitas como alubias, tiernas si se comen, no menos que las castañas. Hay otro fruto también que recuerda a las piñas, amarillo por fuera y por dentro blanco. Cortándolo, dijérasele un pero, pero es más tierno y mejor. A éste dicen comilicai.
Tampoco se visten aquí como en Solach. Son gentiles y no tienen igual, nada. Está la isla en los 3 1/2 grados de latitud del Polo Ártico, y a setenta y cinco leguas de Maluco. Buru es su nombre. Diez leguas al Levante, surge otra isla, ancha también que confina con Jaialolo y pueblan moros y gentiles: los moros, al borde del mar; los gentiles en el interior (estos últimos comen carne humana). Prodúcese ahí todo lo que se mencionó; la nombran Ambon.
Entre Buru y Ambon hay otros tres islotes, circundados de bajos difíciles: Vudia, Cailaruri y Benaia. Cerca de Buru, cuatro leguas al Sur, otra menor: Ambelau. A cerca de treinta y cinco leguas de aquella isla de Buru, a la cuarta del mediodía hacia garbino, encuéntrase Badan-Bandan, con otras doce. En seis, prodúcese la matia, así como la nuez moscada; éstos son sus nombres: Zoroboa -la mayor- Chelicel, Samianapi, Pulac, Pulurun y Rosoghin. Las otras seis son éstas: Unuveru, Pulan Baracan, Lailaca, Manuca, Man y Ment. En ellas no se encuentra nuez moscada, aunque sí sagu, arroz, cocos, higos y otros frutos; están muy vecinas la una de la otra. Los pueblos de acá son moros, y sin rey. Bandan está en los seis grados de latitud del Polo Antártico, y en los 163 1/2 grados de longitud de la línea de partición; no nos acercamos porque nos desviaba de ruta.
Partiendo de aquella de Buru, a la cuarta de garbino hacia poniente, cerca de los ocho grados de longitud, alcanzamos tres islas: Zolot, Nocemamor y Galian, y al navegar entre ellas pasamos una borrasca feroz, que, de vencerla, peregrinaríamos a Nuestra Señora de la Guía. Adelantándonos al temporal, buscamos refugio en una isla muy alta, no sin destrozarnos antes la fatiga por los torrentes que se derramaban sobre tal monte, luego del empuje del mar.
Son los hombres de allí selváticos y bestiales. Comen carne humana, nada poseen, van desnudos -con el taparrabos de los otros- cuando se disponen a combatir, revístense de trozos de piel de búfalo por el pecho, espalda y flancos, adornados de cuernecillos, dientes de cerdo y colas de pelleja de cabras, que cuelgan por todas partes. Llevan altísima la cabellera, gracias a ciertos peines largos, de caña, que crúzanla de parte a parte. Llevan barbas hirsutas, con hojarasca revuelta, y armadas en tiras de caña, lo que les da un aspecto ridículo. Y son, en fin, los más sucios de esta India.
Sus arcos y flechas son de caña, y tienen ciertos sacos, hechos con hojas unidas, en los que sus mujeres transportan la comida y la bebida. Al divisarnos, acercáronse con los arcos prontos. Pero apenas les distribuimos cuatro obsequios, pasamos a ser sus amigos. Quince días gastamos allá, para reparar las bordas de nuestra nave. Se encuentran en la isla gallinas, cabras, cocos, cera (por una libra de hierro viejo nos dieron quince de cera) y pimientos largos y redondos. Esos pimientos largos se parecen a los gusanillos que en invierno les salen a las avellanas. Su árbol recuerda mucho a la hiedra, a imitación de la cual vive parasitariamente adherida a otro árbol, pero sus hojas son más como las de los morales. Llámase luli. El pimiento redondo nace igual, pero en espigas, a la manera que el pimentón de la India, y se desgrana. Lada se le nombra. En esta parte, los campos surgen llenos de tal pimiento, que se enreda al estilo de las parras. Nos apoderamos aquí de un hombre, para que nos condujese a alguna isla donde podernos avituallar. Ésta quedaba en los 8 1/2 grados del Polo Antártico, y a 169 2/3 de longitud de la línea de partición. Su nombre, Malua.
Expliconos nuestro viejo piloto de Maluco que existe cerca de aquí una isla llamada Arucheto. Los hombres y mujeres de la cual no son más altos que un cubo, y tienen las orejas tan grandes como ellos mismos, pues en la una hacen su lecho, y con la otra se cubren. Van afeitados y desnudos del todo; corren mucho, tienen la voz muy fina, habitan en cavernas subterráneas y devoran peces y una sustancia que se oculta entre las cortezas y los troncos, que es blanca y redonda como confites, y la llaman ambulon. Por las fortísimas corrientes y los bajos no fuimos hasta allí.