28/11/2020PIGAFETTA, 28-11-1520

El miércoles 28 de noviembre de 1520 nos desencajonamos de aquel estrecho, sumiéndonos en el mar Pacífico. Estuvimos tres meses sin probar clase alguna de viandas frescas. Comíamos galleta: ni galleta ya, sino su polvo, con los gusanos a puñados, porque lo mejor habíanselo comido ellos; olía endiabladamente a orines de rata. Y bebíamos agua amarillenta, putrefacta ya de muchos días, completando nuestra alimentación los cellos de cuero de buey, que en la cofa del palo mayor, protegían del roce a las jarcias; pieles más que endurecidas por el sol, la lluvia y el viento. Poniéndolas al remojo del mar cuatro o cinco días y después un poco sobre las brasas, se comían no mal; mejor que el serrín, que tampoco despreciábamos.

Las ratas se vendían a medio ducado la pieza y más que hubieran aparecido. Pero por encima de todas las penalidades, ésta era la peor: que les crecían a algunos las encías sobre los dientes -así los superiores como los inferiores de la boca-, hasta que de ningún modo les era posible comer: que morían de esta enfermedad. Diecinueve hombres murieron, más el gigante y otro indio de la tierra del Verzin. Otros veinticinco o treinta hombres enfermaron, quién en los brazos, quién en las piernas o en otra parte; así, que sanos quedaban pocos.

Por la gracia de Dios, yo no sufrí ninguna enfermedad.

En estos tres meses y veinte días recorrimos cerca de cuatro mil leguas del Mar Pacífico, en una sola derrota (bien pacífico, en verdad, pues en tanto tiempo no conocimos ni una borrasca); sin ver tierra alguna, sino dos islotes deshabitados, en los que nada se encontró fuera de pájaros y árboles. Los llamamos "Islas Infortunadas". Están a doscientas leguas la una de la otra. No había donde fondear a su alrededor; sí muchos tiburones. La primera de las islas está en los 15 grados de latitud austral; la otra, en los 9 [grados].

Cubríamos cada jornada, sesenta o setenta leguas a la cadena o a popa. Y, si Dios y su Madre Bendita no nos hubieran ayudado con tan buen tiempo, por seguro que habríamos perecido todos de hambre en aquel inmenso mar.

Si, a la salida de aquel estrecho, hubiésemos enfilado sin variación el rumbo de poniente, habríamos dado una vuelta al Mundo sin encontrar tierra alguna hasta el "Cabo de las Once mil Vírgenes": pues éste marca la entrada en dicho estrecho por el Mar Océano a Levante, como la salida es, a Poniente, el "Cabo Deseado" sobre el Mar Pacífico. Ambos cabos hallábanse con exactitud en los 52 grados de latitud del Polo Antártico. No está el Polo Antártico tan estrellado como el Ártico. Vense muchas estrellas menudas agrupadas, que forman dos nebulosas no muy distantes entre sí ni tampoco con demasiado resplandor. En el espacio entre ambas surgen dos estrellas mayores, tampoco de gran brillo y muy quietas. Nuestra brújula se desviaba siempre con aquella proximidad del Polo Antártico, cuya atracción era de gran fuerza. De todas formas, adelante aquellas aguas, preguntó el capitán general a todos sus pilotos sobre, avanzando siempre a vela, qué rumbo marcaban en sus cartas de navegar. Respondieron a coro que el rumbo que puntualmente él les había trazado. Explicándoles él entonces que dicho rumbo falseaba - gran razón- y que convenía auxiliar con cálculos la brújula, dada la atracción polar magnética. En estas singladuras percibimos una cruz de cinco estrellas radiantes en dirección poniente y dispuestas con gran simetría.

Singlábamos esos días entre poniente y mistral y a la cuarta del mistral cargando entre él y el primer viento: todo, hasta que alcanzásemos el ecuador 125 grados largos de la línea de repartición. La línea de partición está 30 grados de longitud Sur y 3 al Levante de Cabo Verde. Con lo cual pasamos cerca de dos islas riquísimas; una a 20 grados de latitud antártica, por nombre Cipangu; la otra a 15 grados, conocida por Sumdit Pradit. Cruzada la línea del ecuador, navegamos entre poniente y mistral y a la cuarta del poniente hacia el mistral; después doscientas leguas al poniente, mudando el rumbo a la cuarta hacia el garbino hasta los 13 grados del Polo Ártico. Así, íbamos aproximándonos a la tierra del Cabo de Gaticara, cuyo cabo, con perdón de los cosmógrafos -que no lo conocen-, no se halla donde ellos creen, sino 12 grados más al septentrión, aproximadamente.